domingo, 24 de junio de 2012

Mundos imposibles. Lo fantástico en la narrativa peruana, reseña de José Güich, en: Letras (82) 117, 2011, pp. 241-244



Elton Honores
Mundos imposibles. Lo fantástico en la narrativa peruana.
Lima: Cuerpo de la Metáfora Editores, 2010 ; 255 pp.


Una de las cuestiones más exploradas
por académicos e investigadores jóvenes
peruanos, durante los últimos cinco años,
es la existencia de una línea fantástica
continua en la narrativa peruana. El fenómeno,
establecido largamente en otras
latitudes, empieza a articularse a partir
de diversos medios y espacios. Han sido
numerosos los Congresos y Coloquios que
exploran este territorio apenas reconocido
por la crítica oficial, pues el consenso
estableció que se trataba de una tendencia
periférica o incluso marginal. Una
nueva generación de estudiosos es ahora
la responsable de propiciar un significativo
cambio de rumbo. Es el propio autor
quien, en la introducción de este volumen,
sugiere que el ostracismo involuntario de
la corriente responde a la actitud desdeñosa
del sistema literario frente al ascenso
de nuevas sensibilidades (Honores, 17).
Con el Modernismo y la Vanguardia,
lo fantástico ya había dado muestras de
una singular aproximación por parte de
autores como Clemente Palma, Abraham
Valdelomar y César Vallejo, quienes deben
ser considerados auténticos pioneros
de este género en el Perú. No obstante,
es posible remontar sus génesis incluso
hasta el siglo XIX, con autores que, formados
dentro de los diversos usos y tendencias
del Romanticismo, comenzaban
a asumir sus hallazgos con una identidad
propia. Ella solo logró definirse en el siglo
siguiente, cuando el proceso de modernización
de la sociedad peruana, en los
tiempos de la República Aristocrática y la
Patria Nueva, reestructuran los modelos
de producción artística.
El texto de Honores toma en cuenta
todos estos elementos, propios de lo que
podría denominarse “período formativo”
de lo fantástico. Su trabajo, sin embargo,
se concentra en un momento crucial de la
historia literaria del país: la llamada Generación
del 50, cuyo aporte es insoslayable
respecto a la emergencia de un grupo de
escritores que, desde diversas estéticas y
opciones, practicaron esta escritura. Su
advenimiento coincidiría, además, con
otro instante de recomposición del país
asociado a la dictadura militar de Manuel
A. Odría (1948-1956). Ese es el marco
para la aparición de una serie de orientaciones
y autores de contornos mejor delimitados
que en las décadas precedentes,
dominados por el regionalismo y el indigenismo.
También es el escenario donde
echará raíces el llamado “neo-realismo”
urbano, que convertirá a la ciudad en un
nuevo eje de las representaciones “imaginadas”,
es decir, una construcción tan
autotélica como podrían serlo los textos
que apuestan por la vía contraria, es decir,
el cuestionamiento del orden racional
impuesto por la propia modernidad sobre
los sujetos.
El primer capítulo, “La narrativa del
cincuenta y su recepción crítica”, explica
el estado de la cuestión desde una perspectiva
de época. Honores despliega aquí
un riguroso conocimiento de las vías que
ya estaban -en apariencia- constituidas
con cierra solidez en la mirada de comentaristas
de los medios entre 1950 y 1959
y de los críticos propiamente dichos. Ellas
son la narrativa urbana, el neo-indigenismo
y lo fantástico. Así mismo, se destacan
los intentos de escritores como Mario
Castro Arenas y Miguel Gutiérrez, conducentes
a establecer posibles criterios de
clasificación de una narrativa fantástica
que comparte parcelas con praxis afines a
las escrituras hegemónicas. Por último, se
formulan los lineamientos para una discusión
sobre lo fantástico como “problema”
al interior de la literatura peruana, a la
que se considera una “tradición soterrada”
ante el poder ejercido por el realismo.
En este desarrollo, de acuerdo con Honores,
la prensa ejerció una gran influencia,
pues permitió la publicación de muchos
relatos destinados a no ver el formato de
libro; igualmente, la difusión de autores
como Borges, Cortázar y Arreola sería determinante
para los autores nacionales.
El segundo capítulo, “Textos fantásticos
en fuentes primarias: 1950-1959”,
ratifica el amplio conocimiento del autor
en torno de numerosos materiales, especialmente
las antologías. Estas se han
convertido en valiosísimos instrumentos
sin los cuales habría sido inviable organizar
un panorama con coherencia interna.
En tal sentido, es de capital importancia
la publicada por Harry Belevan: Antología
del cuento fantástico peruano (1977).
En esta compilación, los escritores de la
Generación del 50 asumen un gran protagonismo;
pero lo más resaltante es el estudio
preliminar, en el que Belevan propone,
por primera vez, un amplio recorrido
teórico en torno del género. Importancia
similar ostenta La estirpe del sueño. Narrativa
peruana de orientación fantástica (2008),
documento de similar trascendencia, por
cuanto es el primer trabajo de su tipo que
propone una visión totalizadora del recorrido
que el género ha asumido desde
el siglo XIX hasta nuestros días. También
se destaca la contribución de Gabriel Rimachi
y Carlos Sotomayor, editores de
17 fantásticos cuentos peruanos (2008).
Este volumen propone una perspectiva
contemporánea que se inicia con José
Adolph, nacido en 1933 y fallecido el año
de lanzamiento de la antología aludida.
Honores también le otorga relevancia a
la producción en revistas y diarios como
La Prensa, El Comercio o El Mercurio Peruano,
así como al interés despertado por la
narrativa fantástica peruana en la crítica
especializada del extranjero.
Honores no obvia, en este apartado,
a las llamadas revistas independientes
(Idea, Cultura Peruana), académicas (Letras
Peruanas, Mar del Sur) e incluso, de corte
popular, como el hoy desaparecido diario
La Crónica, una referencia de ese periodismo
para estratos amplios que se consolidó
durante aquella década, integrándose
con solidez al imaginario social. Cierra
este capítulo una nutrida propuesta de
clasificación del cuento fantástico peruano.
El sustento de tal taxonomía guarda
correspondencia con la labor previa, es
decir, la revisión exhaustiva de las fuentes.
No debe pasar por alto el hecho de
que esta división en tendencias se ciñe al
estado de la narrativa fantástica durante
el lapso que es objeto de estudio: la
década que va de 1950 a 1959. Honores
sugiere cuatro andariveles, sustentados
en las observaciones de Castro Arenas y
Gutiérrez: la primera, el cuento fantástico
estilístico-minificcional, encuentra en
Luis Loayza, Manuel Mejía Valera, José
Durand y Carlos Mino Jolay, entre otros,
a sus más destacados representantes. En
segundo término, figura el cuento fantástico
humorístico, con Luis Rey de Castro,
Luis Felipe Angell y Juan Rivera Saavedra
a la cabeza. Una tercera ruta se encuadra
en el cuento fantástico maravilloso, impulsado
por José Durand y Edgardo Rivera
Martínez. El cuarto eje es el cuento fantástico
absurdo-existencialista, en el cual
son relevantes escritores de la talla de Julio
Ramón Ribeyro, Alfredo Castellanos y
Felipe Buendía.
El tercer capítulo constituye, sin
duda, el desarrollo central del texto. En
este, el autor amplía la taxonomía de la
sección precedente, incorporando sendos
estudios en torno de cuatro de los escritores,
uno por cada una de las tendencias
identificadas. Para el cuento fantásticoestilístico
minificcional, se analiza un
texto esencial, El avaro (1955), pieza de
gran factura literaria que hizo de su autor
una figura indispensable de la literatura
peruana. Como ya es característico en los
trabajos de Honores, se incluye una detallada
exposición acerca de cómo fue recibida
la obra por la crítica. A continuación,
el investigador efectúa una valoración estética
del libro a la luz del marco contextual,
especialmente desde las influencias
de autores extranjeros de lengua castellana
(Arreola, por ejemplo). Así mismo, se
perfila un análisis temático, para concluir
en un abordaje del relato “La bestia”. En
la órbita del cuento fantástico humorístico,
Honores selecciona a Luis Felipe Angell
(Sofocleto). Es un acierto rescatar a
este escritor, más identificado con la sátira
política que con la literatura, a la que se
dedicó con auténtica vocación y talento.
En ese sentido, el crítico explora Sinlogismos(
1960), piezas que circularon en la
prensa cotidiana, luego reunidas en formato
de libro. Como en el caso de Loayza,
al final del apartado aparece un estudio
en torno de un relato específico: “El gato”
(1954), publicado originalmente en el diario
El Comercio. Edgardo Rivera Martínez,
autor de El unicornio (1963), es el autor
representativo del relato fantástico maravilloso.
Este libro, redescubierto cuando
Rivera Martínez obtuvo un justo reconocimiento
tres décadas más tarde, apenas
produjo eco en la fecha de su aparición,
según las noticias sobre la recepción de
los críticos. Su inclusión está justificada,
a pesar de que el volumen apareció en la
década siguiente. En cuanto a temas y tópicos
presentes en la obra de ERM, Honores
comenta, entre otros, la tensión entre
el presente y el pasado, el mundo andino
arcádico, el poder de la imaginación
y la música como remanente del pasado
(cuestiones que la famosa novela País de
Jauja trataría con brillantez). El relato
analizado es “El unicornio”, emblemático
de la corriente objeto de estudio. Finalmente,
se resalta la obra de un autor cuyo
aporte solo fue conocido con bastante
posterioridad a su muerte: Alfredo Castellanos
Barreda (1928-1976). Su condición
de insular dentro de la Generación del 50
dificultó la difusión de sus relatos, inscritos
dentro de lo que Honores denomina el
cuento fantástico absurdo-existencialista.
Relatos fantásticos, una reunión de sus
narraciones, apareció el 2006, es decir,
treinta años después del deceso de este
autor casi fantasmal. Por un lado, EH se
interesa por los temas recurrentes en los
relatos de Castellanos, conservando así la
estructura de los estudios sobre Loayza,
Angell y Rivera Martínez (al respecto, pueden
mencionarse la angustia por el tiempo
o el asco ante la presencia del cuerpo).
Del otro, el crítico brinda un espacio a
la reelaboración de coyunturas políticas,
que sugieren una suerte de compromiso
sartreano, exteriorizado en determinadas
alusiones -cifradas en los relatos-. Rubrica
esta sección el análisis de “Crisálida”, historia
de perfiles kafkianos.
El capítulo cuatro, “La narrativa fantástica
dentro del proceso de modernización”
es un ejercicio integrador muy solvente
en términos de una comprensión
global de lo fantástico peruano vinculado
con la transformación no solo del sistema
literario en sí mismo, sino con el devenir
de la modernidad en el Perú de aquellos
años. Honores segmenta el contenido en
elementos temáticos (el bestiario, la figura
del doble, los objetos fantásticos, etc.),
elementos estructurales (juegos espaciotemporales,
la estructura abierta, etc.) y
elementos ideológicos (el sujeto desmitificador
y al conciencia de los códigos
fantásticos). Como remate, se discute la
crítica a la modernización que los cuentos
fantásticos acometen, en tanto esta
“fue un proceso social incompleto que es
refractado por esta narrativa (…). La tensión
entre la experiencia del sujeto y la
realidad cambiante de los años cincuenta
irrumpe bajo estas formas” (Honores,
219) (José Güich Rodríguez).

Letras (82) 117, 2011, pp. 241-244.


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