sábado, 12 de noviembre de 2016

Hans Rothgiesser. Réquiem por San Borja. Lima: Altazor, 2016. 174 pp.


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Hans Rothgiesser. Réquiem por San Borja. Lima: Altazor, 2016. 174 pp.

            Réquiem por San Borja de Hans Rothgiesser (Lima, 1975) es la continuación de Requiem por Lima. La novela inicial tiene varios elementos interesantes para el análisis de la sociedad peruana, pues potencia al zombi como discurso social, al modo de los films de Romero (ya comentados en un post anterior); en esta segunda entrega, el autor opta por la novela de acción –con escenas de violencia que se reiteran a lo largo del texto. Es decir, Réquiem por San Borja es una novela de supervivencia en sí misma, por lo que hay poco espacio para la reflexión social.

            En cuanto a las escenas de violencia llama la atención la imagen reiterada del héroe que atraviesa el ojo del zombi. Las implicancias de esta imagen es la destrucción del monstruo en dos niveles: cognitivo (ser localizado por este) y sexual (ser devorado), esto último, como lo sugiere Ignacio Padilla en El legado de los monstruos.

            El personaje central, que quedó varado –en Réquiem por Lima- en medio de las costas, es retornado a la ciudad (por una coyuntura que se explica en la novela), pero esto no hace sino alargar la trama de la primera entrega. Solo se agregan dos elementos adicionales: la presencia de niños y el “pentagonito”.  Sobre lo primero, y siguiendo lo propuesto por Juan Carlos Ubilluz (2012), para ciertas películas apocalípticas (La guerra de los mundos, Presagio, Señales, Impacto profundo) se produce la reinstalación de la figura del padre, en este caso, el héroe solitario debe asumir la responsabilidad de salvarlos, con la esperanza de que aquellos funden una nueva sociedad, ya que los adultos solo optaron por sobrevivir. En cuanto a lo segundo, el espacio del poder militar local se convierte más en un decorado en donde transcurren parte de las acciones narradas por el héroe, quien confiesa abiertamente su odio hacia los militares (18).

            El narrador establece jerarquías en este mundo postapocaliptico, pues cito: “El zombi que se nos acerca no está vestido igual que los otros tres. Además, por más asquerosos que me parezcan los muertos reanimados, los tres que eliminé tenían un grado de limpieza. El que se nos acerca, en cambio, está más cerca del típico cadáver andante con el que me suelo encontrar en mis visitas a Lima. Parece haber sido un obrero, pues lleva blue jeans, un polo viejo y un chaleco anaranjado con franjas amarillas […] (36, énfasis míos)”. Es decir, habrían zombis limpios (no obreros) y zombis asquerosos (obreros). Otro aspecto es que una de las búsquedas es “ropa” para los niños rescatados. Si bien la trama se desvía un poco de la sobrevivencia que experimentan frente a la amenaza zombi, me pregunto qué tan prioritario sería esta búsqueda en una situación real.

            La novela se cierra con la muerte del héroe en el momento del umbral (mientras es devorado por los zombis), así que, no sabemos si se clausura el ciclo o si se apelará al “universo expandido”, que permitirá nuevas aventuras, con nuevos personajes, en una ciudad, que como afirma el narrador “nunca me terminó de gustar” (173).

 

Elton Honores

Universidad Nacional Mayor de San Marcos